Shemekia Copeland es una afroamericana de 37 años, nacida en Harlem, NYC, e hija de Johnnie Coppeland, un guitarrista de blues texano muerto en 1997, que la trajo a una gira suya por Europa cuando ella tenía 9 años. Pero Shemekia no es de este mundo: Shemekia no suda cuando canta a mediodía a 40 grados en la Plaza de Santa María de Cazorla y, por la noche, puede cantar a capella y sin micro delante de 2000 personas en la plaza de toros, y lo hace con tal potencia que su voz acaba saliendo por la P.A., porque se cuela por los micros del backline que tiene a 5 metros tras ella. Shemekia hace rhythm and blues y blues y un poquito de country y hace góspel de serenos mensajes (nos advirtió contra la ‘loco people’ que convierte la creencia en una obsesión); pero Shemekia podría hacer lo que le diese la gana y nuestro gesto pasmado, deslumbrado, sería el mismo, porque Shemekia misma es la razón de nuestro asombro agradecido por ella, por quienes son como ella y hacen lo que ella y por este festival prodigioso que se llama Blues Cazorla.

A priori, un festival temático tiene su peligro, porque puede que se te acumulen en tres días varios artistas con propuestas idénticas y hasta comer marisco a todas horas cansa. No es el caso, los duendes azules velaron por la variedad y lo que vimos, oímos y nos echamos al coleto (en el sentido metafórico y en el real) fue bueno, muy bueno, diverso y entretenido.

Del jueves destacamos la impecable y encantadora actuación de James Hunter, cuya banda suena ajustada como un reloj suizo, quien ofreció su show vintage sin dejar de sonreír un momento, como el camarero ese que sabe que te ha puesto los mejores entrantes de la comarca; y, por supuesto, reseñamos especialmente el poderío, la pasión y la contundencia de Aurora & The Betrayers, cada vez más convencida y segura ahondando en la veta del soul del más alto octanaje: una de las dos o tres mejores propuestas de música negra en España.

El viernes se nos apareció una leyenda viva, Lazy Lester, quien con 83 años sigue siendo capaz de traerse el pantano puesto desde Louisiana, en la ármónica, en la voz, en el acento y hasta en los andares. Vino después la-gran-cosa del cartel, responsable de uno de los discos más resultones de 2015, revitalizador del roots-rock y con una más que atractiva y actualizada puesta en escena: Nathaniel Rateliff y sus Night Sweats se marcaron uno de los mejores bolos del festival y dejaron a todo el mundo encantado y tarareando (¡hasta el día siguiente por la calle!) los coros de su ‘S.O.B.’:

Y después llegó la quintaesencia del power trío con Mr. Sipp y la demostración empírica de que con tres basta para esto, y sobra, y con vuelta al ruedo además.

El sábado, flanqueando a Shemekia, tuvimos primero a una muy interesante y enérgica muestra de country rock muy actualizado de la mano de la Cord Carpenter Band y, después, con Shemekia todavía en el cuerpo, la rotunda (en todos los sentidos) presencia de Poppa Chuby, quien en una hora fue capaz de diversos prodigios, de los cuales no puedo dejar de reseñar al menos algunos: el primero, que a pesar de ‘tener que’ tocar sentado es capaz de hacer saltar al aforo completo de una plaza de toros; el segundo, que a pesar de ser un concierto de un virtuoso de las seis cuerdas consigue ir mucho más allá de la exhibición de su virtuosismo y transmitir energía y pasión; y el tercero que, con un par, casi cierra su show a las tres de la mañana el tercer día de un festival de blues con el tema de ‘El Padrino’ y ‘Somewhere Over The Rainbow’ y no pasa nada.

Por lo demás, para cerrar esta crónica, solo cabe reseñar la total y ejemplar entrega y devoción de Cazorla por su festival. Un gozo en todos los sentidos.

por El Poleo