Unas anotaciones atrás alabábamos la labor del productor Joe Henry a cuenta del excepcional The Bright Mississippi, de Allen Toussaint, pero los milagros de Henry no son sólo de ayer por la mañana. En 2002 llamó al reverendo Solomon Burke, antigua gloria de la música negra de los 60 –The King of Rock & Soul, autor de Everybody Needs Somebody To Love- que –a pesar o precisamente por su ministerio evangélico- no había dejado de grabar en más de 40 años, y le propuso hacer un ‘disco esencial’.
Con el sí del reverendo, Henry tiró otra vez de agenda: Tom Waits, Elvis Costello, Van Morrison, Bob Dylan, Brian Wilson, Nick Lowe… accedieron (creo suponer que encantados) a aportar una composición propia para el álbum.
Con las canciones en la mano, Henry reunió a los músicos y, como la cosa iba a ser esencial, sólo necesitaba una sección rítmica, un piano, un guitarrista y a los Blind Boys of Alabama para los coros. Burke se trajo al organista de su iglesia (Rudy Copeland), se enfrentó a 11 canciones que desconocía y en sólo cuatro días, cuatro, hizo (hicieron) magia.
Don’t Give Up On Me es tan simple y sencillo, tan grande y universal, tan intenso y completo, tiene tanta devoción y amor por la música dentro, tanto pasado y tanto futuro, que su carácter de ‘esencial’ puede servir muy bien de salvoconducto para el oyente: si te gusta, puedes seguir con esta afición; si no, ve pensando en la pesca con cucharilla.