Si alguien en la sala tenía dudas de si a Sharon Jones había que ponerle una ermita del tamaño de una basílica y hacerle un par de romerías buenas buenas, para acabar de convencerse solo le debería faltar el detalle de que este disco -hecho con las habituales dosis de genio, detallismo y excelente gusto- llega retrasado porque la diva tuvo que ir unos meses a quitarse un cáncer y ha vuelto, a lo que se ve, calva, pero intacta.