El tercer disco de Michael Kiwanuka no se puede escuchar sino del tirón. Si tienes otros planes, vas mal, porque el británico de origen ugandés (luego miramos lo del apellido con mayúsculas) ha concebido su tercer disco como una unidad, como un concepto-objeto estético y artístico compacto y eso no solo hay que respetarlo, sino que, una vez escuchado el disco como Dios manda, cualquier oyente que tenga dos dedos de frente y una oreja funcional en los flancos lo va a agradecer y hasta aplaudir.
Las hebras con que se ha tejido este ‘KIWANUKA’ son las mismas del disco anterior y -francamente- la evolución apenas se advierte y esto en concreto se nos antoja fantástico: partiendo –como ya hemos dicho– de un universo paralelo al de la música negra norteamericana de alrededor de 1970 (lustro arriba, lustro abajo), con una poderosa voluntad creadora, la absoluta falta de prejuicios (o la pura inocencia) y la buena ayuda de Danger Mouse (más Inflo en esta entrega) el resultado sigue siendo absolutamente sobresaliente e incluso mejora la marca de ‘Love & Hate’ (2016), porque se redunda en lo mejor de ese disco y se profundiza en densidad, intensidad, melodías, texturas, guiños al oyente sabido y arreglos añejos (esos coros) que son una delicia.
Sabemos -porque él lo ha contado y cantado- de las inseguridades de este artista, de su timidez, de sus problemas de adaptación, de su permanente complejo de impostor y, en suma, de su absoluta falta de vanidad y de soberbia (otros con la mitad de lo que valen sus discos segundo y tercero ya estarían sentados a la derecha de Dios Padre) y ahora, al fin, parece que tanto halago y tanta crítica vencida a la excelencia han hecho mella y el bueno de Michael va aceptándose como un hombre de (enorme) talento. De ahí ese título del disco en mayúsculas con solo su apellido, el patronímico impronunciable que balbuceaban sus profesores en el colegio para regocijo de los demás niños y que han (hemos) farfullado críticos y aficionados desde hace unos años. Para el profe, para ellos, para nosotros, son esas mayúsculas de reivindicación y de escarnio. Un nombre con el que ya no nos podemos equivocar: KIWANUKA.