Hay cosas que no se entienden (o que es mejor decir que no se entienden para no hacerte mala sangre): que en un mundo tan conectado que se resfría un tío en Perth, Australia, y acaba yendo a la farmacia una tía en La Codosera, Badajoz, esto
haya pasado desapercibido para prácticamente todo el mundo, incluyendo prensa especializada, es un crimen nefando cuya carga solo podemos obviar escuchando en bucle este disco, tema a tema, durante un mes.
La banda, formada en torno al frontman Ziek McCarter (que cuenta que se le apareció en sueños su padre, asesinado en 2011, la noche antes de empezar a grabar el disco y que lo invitó a irse con él al ‘paraíso’) e integrada por intérpretes habituales en el circuito de música negra de la Bahía de San Francisco, tiene sus pies bien asentados en las grandes bandas de soul de los 70 (Sly & The Family Stone, Earth, Wind & Fire, Funkadelic…), pero lo suyo no es ni la nostalgia ni la emulación. La prueba más evidente es que ya la primera escucha del disco deja bien a las claras la voluntad de sus creadores de arrastrar al oyente en una trayectoria ascendente en intensidad, en complejidad y en sano exceso.
Con Brio hacen honor a su nombre y suenan como un cañonazo, por cierto muy ajustado en decenas de bolos antes y después de la grabación del disco, y es precisamente ese rodaje, esas horas de escenario y complicidad, lo que dan al sonido de la banda el lubricante que lo hace tan singular y extraordinario.