La historia de la gestación del segundo disco de Yak da sin duda para película y hasta para miniserie con -¡spoler!- final entre consolador y feliz en que el héroe alcanza la redención publicando un gran disco y recibiendo el abrazo ¿del oso? de una multinacional.
Nuestra historia comienza cuando nuestro protagonista y líder de la banda, Oli Burslem, marcha al este, pero muy al este, a Japón y Australia, para reunirse con Jay Watson (de Tame Impala y Pond y muy amigo de los King Gizzard) para componer su segundo disco (este disco del que hablamos) y grabarlo en Perth en el estudio de Kevin Parker, también de Tame Impala; y allí en las antípodas -primer giro de la trama- todo se va al carajo: inicialmente porque Burslem y Watson pasan más tiempo bolingas que componiendo y mayormente porque a nuestro héroe se le acaba la pasta y tiene que volverse a Inglaterra arruinado, sin disco y con el rabo entre las piernas.
Cariacontecido, maltrecho y durmiendo en Londres en su coche, Burslem se topa -segundo giro de la trama- con el mismísimo Spaceman Jason Pierce (Spiritualized), quien recoge los restos biológicos de Oli y le consigue unas sesiones de grabación en los estudios RAK en las que Pierce también colabora. En RAK, Burslem consigue fundir las ideas que llevó y se trajo de Australia y una especie de filosofía de mínimos –pursuit of momentary happiness– que se le estaba revelando de noche en el asiento trasero de su automóvil, con una ambición musical caleidoscópica muy generosa y bienhumorada a pesar de nutrirse de un cubo de hiel.
Y de la hiel a la miel: el máster es tan bueno que el sello de Jack White, Third Man Records, como ya pasara con el primer disco de Yak, solicita hacer las mezclas en Nueva York y consigue finalmente que la mismísima Virgim EMI se comprometa a distribuir el disco. Fin y anuncio de la segunda temporada.
Bueno ¿y del disco qué? Pues que no desmerece ni un ápice de la historia que trae detrás, que la supera y que, después de un par de escuchas, ya te importan un carajo Australia, las borracheras, la noches en el coche y el mismísimo Gandalf si se hubiera aparecido. Porque lo que tenía en la cabeza Burslem era sin duda algo que tenía que acabar saliendo y -la naturaleza siempre encuentra su camino, pero si tienes una agenda llena de buenos contactos pues eso- salió, se expandió en el aire y triunfó.
‘Pursuit of Momentary Happiness’ es un disco muy grande desde el punto de vista artístico, posee unas grandes composiciones, está desarrollado con talento y competencia y debería pasar a la historia porque recoge (y muy bien) el estado actual de las cosas entre los artistas de rock anglosajones (y menores de 40 años). Un estado de cosas que se sostiene casi en todos los casos en referencias posteriores a 1965 y anteriores a 1980 y donde los palos que más brillan (aunque se maten si se juntan) son la psicodelia y el hard/blues rock por un lado y el punk/art rock por otro (o sea y más o menos, glam sin plumas y sin glam), dando como resultado un corpus creativo-sónico que luego apunta y se actualiza en diferentes direcciones casi siempre complementarias.
Así, tenemos ‘Laying It on the Line’, setentera e indie/alternativa al tiempo; ‘Pursuit of Momentary Happiness’, que podría estar en el último disco de los Arctic Monkeys, si no fuera por su (balsámico) estallido final; ‘Bellyache’, que abre el disco y te dice ‘quieto, que aquí hay tema’, con una mezcla perfecta de suavona psicodelia y músculo stoner que parece estar cantada por John Lennon; ‘Blinded by the Lies’ podrían firmarla los Parquet Courts, ‘Pay Off vs. the Struggle’ es tan de los mejores Tame Impala como de ¡Oasis! y ‘White Male Carnivore’, una arenga contra la ‘masculinidad tóxica’, es un artefacto post-rock de impresionante (y muy medida) factura que, si te despistas, puede aplastarte contra el suelo.