Se nos cuenta que cuando las grandes bandas de los 60 y los 70 sacaban dos o tres álbumes al año era por presiones de sus disqueras, de sus mánager, de sus fans y de la puñetera madre de todos estos y es esa una explicación plausible para una época musicalmente tan bulliciosa (y tan rentable) como aquella.

Pero que a estas alturas de la película, con las ventas de discos en la categoría de anécdota, con mayoría de artistas autogestionarios que viven (los que lo hacen) de tocar, venga un tío con esta admirable y venerable pulsión por meterse en un estudio y editar álbum tras álbum no se explica si no es porque el tío -el artista en este caso- es plenamente consciente de que vive (con menos de 30 años) un momento (largo, muy largo lo está teniendo) creativamente único y que es necesario dejar registro.

El segundo disco autotitulado de Ty Segall es, como el primero (de 2008), una especie de presentación o catálogo de habilidades, capacidades y ambiciones de su autor, por eso no hay dos canciones iguales y por eso, si le das a la reproducción aleatoria, la sucesión de temas no se resiente. La calidad tampoco y la capacidad de asombrar al oyente sigue intacta. Lástima que no estemos en aquellos tiempos en que, con bastantes menos méritos, muchos mediocres fueron encumbrados a genios y estemos en estos otros en los que Ty Segall no le alcancen sino etiquetas como artesano, virtuoso y hasta maniático.

por El Poleo