Lo dijimos hace más de un año y seguimos diciéndolo: el cambio de dirección y de sonido (y hasta de target) de los Black Keys es un acierto y lo es por muchísimas razones, además de las puramente crematísticas (han pasado del mugre-sound al glamour del retro-soul y lo mismo hasta los fans de Adele van a verlos actuar).
La principal –como decíamos- es que no podían seguir rectamente su camino sin correr el riesgo de dejar exhausta a su audiencia y la única forma de hacer evolucionar el blues-rock desnudo (o desnudado) es vestirlo; y con la ayuda de Danger Mouse, antes y ahora, y con el descaro y la falta de complejos de quien ha demostrado que casi con un bote, un palo y la guitarra del abuelo se pueden grabar cinco discos y petarlo, pues se han puesto a vestir su música, con voces e instrumentos por un lado, con cuidado y elegancia por otro y, finalmente, con diversión. Porque los 38 minutos de El Camino no son ni nuevos, ni rompedores, ni inauditos, ni revolucionarios, son irresistibles y muy muy divertidos.