Peter Silberman, enfermo de melancolía (como se decía antes), se encerró año y medio en su apartamento de Brooklyn (N.Y) y no tuvo mejor idea para superar a saudade que componer un estremecededor conjunto de canciones acerca de una niña que se muere de cáncer de huesos en un hospital, y su entorno, donde no es difícil reconocer al propio Silberman como una especie de visita perpetua / cuidador / enfermero.
Las canciones, llenas de reminiscencias literarias (entre otras, a Sylvia Plath), rematadas con el muy buen hacer de Michael Lerner y Darby Cicci y con referencias inmediatas al sonido de Arcade Fire, Anthony & The Johnsons o Andrew Bird, son un sobresaliente remate (que no resumen) de lo que ha sido la estética musical indie de esta década que agoniza.
El sonido oscila entre el ambient y el llamado post-rock, entre desnudez acústica y subidones de noise épico, manteniendo el pulso corte a corte y arrastrando al oyente al drama que retrata explícitamente. Hospice es por ello un disco emocionante, por momentos casi angustioso, y lleno de desoladora belleza. No es de extrañar que esté muy arriba en casi todas las listas de “lo mejor del año”, como tampoco me extrañaría que, presas de la audiofagia hipertrofiada que padecemos, dentro de unos meses nadie se acuerde de él.
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