En el sentido recto (y exacto), un concierto de Sinciders es indescriptible, y lo es porque es una de esas cosas (a menudo las mejores) que tienes que vivir o te las pierdes. Intentar trasladar a un texto la acumulación de sensaciones que te traspasan cuando los tienes delante entregando fuerza, furia, garra y actitud es -como se dice- igual que pretender expresar el placer mediante una ecuación.
Así que lo más apañado en estos casos es encontrar un símil, un sucedáneo, un sustitutivo eficaz y, en este caso, su último disco, que solo tiene unos días de vida, cumple sobradamente con ese propósito. ‘Supermegafuck’ -hasta ellos parece que tienen claro lo difícil que es nombrar ciertas cosas y por eso recurren al doble superlativo- es un goloso frasquito que contiene ocho dosis intensas de punk-rock y garage prácticamente radiactivas que te agarran, te agitan casi de forma brutal durante poco más de 25 minutos y te dejan exhausto, feliz y peinado para atrás.
‘Supermegafuck’ es, pues, una sesión imperial de fitness rockera que te arregla el cuerpo, te hace el día y hasta le da sentido a la vida. Sinciders es una vitamina que te limpia los conductos y Sardi (voz), Alex (guitarra), Fer (batería), Heitor (bajo) y Gastón (guitarra) son unos químicos farmacéuticos tan devotos y seguros de su trabajo que saben que lo que te dan va mucho más allá de la fórmula magistral y el remedio mágico, pero para recibir el tratamiento completo tienes que ir a uno de sus conciertos.