Con o sin mal de Ménière, con o sin The Cardinals, más punk que rocker o al contrario, más tradicional o a su puñetera bola, lo cierto es que Ryan Adams es un magnífico constructor de canciones y ya se ha hecho un buen hueco en la nómina de los grandes músicos norteamericanos.
Eso es lo que demuestra con creces en este disco (por algo) homónimo: once canciones de una factura intachable, cimentadas en lo elemental: guitarra, bajo, batería, voz. Once canciones entre las que es difícil encontrar una floja, aunque tampoco es fácil hallar un hit, porque en eso sí podemos decir (y no es precisamente un reproche) que Adams se ha quedado a medias entre grabar su propio ‘Nebraska’ (la influencia de Springsteen humedece el disco entero) o hacer un A.O.R. sin que esta indefinición lastre el producto final.