Vale que este es un no-nuevo disco de Radiohead, vale porque solo tiene tres canciones verdaderamente nuevas, vale que tiene algunas (‘True Love Waits’, 1995) más viejas que algunos de los que irán a verlos en esta gira, vale que es un disco-excusa-para-hacer-esa-gira (y caja, claro), vale que la playlist en orden alfabético es una tontá cuya premeditación no hay quien se crea, vale que, aunque parezca que hay ‘concepto’, es imposible que lo haya, porque ‘A Moon Shaped Pool’ lo han grabado a trancas y barrancas y en varias etapas (concretamente a ‘Burn The Witch’ llevan dándole caña en el estudio década y media), vale que este (otra vez) no puede ser -con todo lo anterior y más- ese otro ‘gran disco’ de la banda de Abingdon que los fans llevan esperando una década y, finalmente, vale que han perdido esa épica afligida de la que hicieron seña y marca de fábrica. Vale, que sí.
Pero será que lo anterior fue tan decepcionante, será que en este disco son ellos mismos su único referente, será que se han puesto en las manos, los arreglos y la orquesta de Jonny Greenwood, será que lo que han elegido para estrenar, freír o refreír tiene fuerza, carisma y sustancia, será incluso que les ha salido así por casualidad, el caso es que este estanque con forma de luna es un disco que, a poco que se le dé una oportunidad libre de prejuicos, puede satisfacer plenamente a un oyente predispuesto e incluso agradar (sin entusiarmar, no nos emocionemos) a buena parte de los (febriles) seguidores de la banda, ávidos siempre de que vuelvan los sonidos de aquellos discos míticos cuyo eco, si no está en este, sí puede al menos rastrearse en temas como ‘Identikit’ o ‘Daydreaming’ y reconocerse en ‘Decks Dark’ o ‘Ful Stop’. Y en concreto ‘Present Tense’, con aires de bossanova, es una golosina.