En la búsqueda sin tregua que mantengo para hallar música que me ayude a sobrellevar los 30 minutos diarios sobre ese fino instrumento de tortura ideado por el doctor Fu-Manchú llamado bicicleta estática, he dado el otro día con una banda mítica en México y prácticamente desconocida en España, Los Xochimilcas (no te líes con la equis del inicio de palabra: se pronuncia ‘sh’), activos casi cinco décadas, desde los años 40 a los 80 del siglo pasado.
La formación original estaba integrada por Francisco Gómez “El Glostora” (contrabajo), Francisco Martín Armenta (trompeta), César Sosa (acordeón) y Antonio Caudillo (batería). Se llamaban inicialmente The Hot Boys y eran una pequeña formación convencional y de correcta apariencia que amenizaba bailes y celebraciones con ritmos caribeños y alguna incursión en el swing, que iba colándose al sur del Río Grande.
Cuenta la leyenda que con motivo de la celebración del día de la independencia mexicana en California, fueron invitados a participar en un festival en Los Ángeles adonde obviamente acudieron con su vestuario habitual de esmoquin, pero como al empresario del evento no le pareció esa indumentaria lo suficientemente mexicana les sugirió que se vistieran de ‘inditos’, con pantalones y blusas blancos, y pelucas y sombreros para acentuar un aspecto entre agrícola y paródico. El caso es que la caricatura pasó de forma natural del vestido al modo de actuar y en un solo día los formales Hot Boys pasaron a ser Los Xochimilcas y a triunfar con la metamorfosis.
Independientemente de sus peculiaridades musicales -de las que hablaremos enseguida- o quizá por ellas, Los Xochimilcas consiguieron ser, al menos durante los años 50 y 60, una banda de recurso y, por tanto, imprescindible, en grandes fiestas populares, festivales y también en el cine, donde, casi siempre interpretándose a sí mismos, aparecieron en muchas películas, en algunas junto a Pérez Prado o Pedro Armendáriz. En sus mejores años, además, realizaron frecuentes giras tanto por Sudamérica como por los Estados Unidos y, cuando volvían, eran banda ‘residente’ en el Teatro Blanquita del Distrito Federal.
La herencia musical de Los Xochimilcas son (leo) unas cuatrocientas grabaciones que han llegado hasta nosotros sobre todo en antologías y recopilaciones, y, entre los temas por los que siempre son recordados y citados, figuran ‘La bala’, una cumbia de la que llegaron a grabar una versión de 15 minutos que ocupaba toda una cara de un LP, y ‘Chilorius’, una versión paródica de ‘She Loves You’:
Esa versión de The Beatles viene al pelo para comentar uno de los aspectos que más me llaman la atención de estos mexicanos y es la absoluta soltura con que se enfrentaban a ritmos ‘del norte’. Es más que evidente que Martín Armenta era un trompetista fabuloso (tocaba al modo antiguo: no se le notan apenas las pausas para coger aire), que se desenvolvía de forma natural en cualquier terreno y que tenía predilección por el swing y el jazz, géneros donde se aseguraba de que su dominio del instrumento iba a resultar más evidente y lucido; pero es que el resto de la banda no le iba a la zaga: la sección rítmica funciona como un ajustado mecanismo de precisión, incluso en las grabaciones en directo en que están -especialmente ‘Glostora’,el contrabajista- haciendo literalmente el payaso y, al otro lado, el acordeón de Sosa pone con dulzura y exactitud los acordes del tema o el contrapunto a la trompeta, según el caso. Y es que además de tener una excelente formación previa (ignoro si académica o no), el hecho de tocar juntos cientos y cientos de horas al año teniendo un repertorio tan variado tenía que repercutir necesariamente en la calidad y la pericia de la interpretación.
El otro aspecto del sonido de Los Xochimilcas que destaco es el peculiar acento que pone precisamente el acordeón, menos señalado quizá en cumbias, danzones, rumbas y boleros, pero que a nuestros oídos llama poderosamente la atención cuando la banda, por ejemplo, ataca un boogie:
Y es que esos temas donde manda o simplemente destaca el acordeón, cuando son completamente mestizos (pues reúnen tres o cuatro tradiciones: latina, criolla, anglosajona y afroamericana), resultan realmente un prodigio de fusión y un lujo para los oídos: parecen casi el reverso burlón aunque exquisito del zydeco y del texmex. Verdaderamente, una maravilla.
Y esa maravilla mestiza y fronteriza la podían hacer con blues, rock and roll, swing, twist o pop, temas con los que los mexicanos trufaban un repertorio que, por los años en activo y la cantidad de actuaciones que acumularon, debía de ser asombroso. Muchas de las canciones de este tipo que he encontrado (y que tenéis en la playlist de arriba) son instrumentales y probablemente aparecerían en caras B de los singles que iban sacando como una forma de demostración orgullosa del genio, el talento y la maestría de una formación (esta sí que sí) absolutamente irrepetible.