Mucho se está escribiendo acerca de este disco de Little Steven y todo muy bueno o, cuando menos, amable; pero lamentablemente casi cada letra publicada casi en todas partes no parece otra cosa que un perdigón camino de la cabeza de su amigo, colega y jefe Bruce Springsteen y poco más, porque muy pocas críticas parecen surgir del buen chapuzón en el disco que el disco merece.

A la vista de todo lo sucedido, la publicación de ‘Soulfire’ debería ser bueno para Van Zandt y malo para el ‘Boss’, pero lo que ha acabado pasando es que hemos acabado hablando más (mucho más) del hombre que no ha sacado el disco que del que sí lo ha hecho y, francamente, no es creíble que todo el esfuerzo de Little Steven haya sido para dar una (merecidísima) colleja a alguien.

Lo que se ha hecho Van Zandt con este disco es fundamentalmente un homenaje a sí mismo, a su concepto del rock and roll y a sus raíces, que no son otras que la música norteamericana de los años setenta en la versión que él mamó (con Springsteen) y que se conoce como Jersey shore sound (cuidado: no tiene nada que ver con la serie de TV), una mezcla muy golosa de rock, blues, soul y americana, que se interpreta con entusiasmo (esto último es mucho más importante de lo que parece) y que transmite de forma inmediata a la audiencia cantidades inconmensurables de energía y optimismo, ingredientes estos que son los que encumbraron al ‘Boss’ y que son precisamente los que se echan de menos en sus discos desde hace más de dos décadas.

Y, finalmente, este ‘Soulfire’ es magistral por tres razones: por un lado, es un manual de lo que debe ser el concepto artístico de un álbum (aunque solo sea por cómo están ordenadas las canciones); en segundo lugar porque está extraordinariamente producido (todos los elementos de cada tema están permanentemente sumando y empujando hacia adelante) y, en tercer lugar, porque es la receta mágica de lo que siempre ha sido y debería ser un disco de rock and roll: un soberbio salto hacia algo mejor.

por El Poleo