No sabemos si Kurt Vile se ha encontrado a sí mismo o una mañana se ha topado con el aparentemente feliz esposo y padre que resulta que es a los treinta y pocos años, tampoco sabemos cuáles son los acordes de la felicidad o, al menos, de la calma que da tener controladas tus expectativas, pero el caso es que este disco suena a satisfecha quietud, está muy bien y mejora en sucesivas escuchas y, sí, la modorra que provoca es adictiva.