Dos años después de ‘resucitar’ con The Next Day, con 70 tacos y ya bastante más cerca del Conde Duku que del Duque Blanco, David Bowie ha vuelto a hacer -¿cuántas veces en 25 discos?- eso que se le da tan bien: dejar a todo el mundo con el paso cambiado.

Había adelantado que no grabaría con los músicos de su anterior álbum, que lo haría con músicos de jazz, y todo el mundo -vale, casi todo el mundo- pensó que haría un disco de jazz, o al menos de jazz a lo Bowie.

Y no, definitivamente este no es un disco de jazz y sí, definitivamente, es un disco de Bowie, bastante más de Bowie que el de 2013. Blackstar contiene solo siete cortes, aunque se queda dentro del margen normal de duración de un LP al uso, unos 40′, y eso ocurre porque casi todos rondan de media los 5 minutos de duración, a excepción del primero, que da título al disco, que alcanza casi los 10, aunque realmente se trate de dos canciones fundidas, en el estilo de The Beatles.

Y de esos siete temas, tres son obras maestras (Blackstar, Lazarus y I Can’t Give Everything), personalísmas y reconocibles piezas de orfebrería que se engarzan perfectamente en la trayectoria de su autor y contienen melodías que hasta al más reconcomido de los reticentes le hará gritar “¡Es Bowie, ha vuelto!”. Y esto -lo de que un tío de 70 tacos vuelva casi de la tumba, se marque dos discos en tres años y se pase por el arco del triunfo creativo a sus hijos y sus nietos artísticos-, como está ahora el panorama, no solo es que no tenga precio y merezca infinitas alabanzas, es que nos deja a todos en evidencia.

por El Poleo