El quinto disco de esta superbanda (tiene o ha tenido componentes de Mogwai, Shark Island, Gonga o Electric Wizard, aunque parece que la formación actual está estabilizada) confirma lo que supuso el cuarto, I, Vigilante (2010), que no es otra cosa que la puesta al día –sin ningún complejo- del rock progresivo de clara influencia de Pink Floyd, Led Zeppelin o Deep Purple.
Lo de los complejos lo digo porque parece que cualquiera puede volver a (o entrar a saco en) décadas pasadas y regresar al presente con su jugo sin perder un ápice de modernidad cool y sigue habiendo sin embargo una zona oscura, refractaria a las moderneces, que envuelve todas esas bandas clásicas del rock a las que a finales de los 70 y principios de los 80 se les empezó a llamar “dinosaurios”; y sucede entonces que cuando alguien desempolva las viejas estructuras, las redecora y hace algo más que digno (por no decir estupendo) con todo aquello, los mismos que adoran que se saquee a bandas de garage de finales de los 60 o a la new wave o al proto-punk o a David Bowie, se hagan los interesantes y miren para otro lado como si pudieramos permitirnos el lujo de que hubiera cosas irrescatables en este triste tiempo de tan magra originalidad.