Es curioso que con Prophet sigamos teniendo (yo al menos) la sensación de que es un eterno aspirante al estrellato, cuando (primero) ese trono, para artistas como él, o ya no existe o ya no merece la pena y (en segundo lugar) cuando el californiano calza ya 57 tacos, lleva treinta años de carrera en solitario y ha sacado con su nombre la bonita cifra de catorce discos.
‘The Land That Time Forgot’, donde vuelve Prophet a tirar del baúl en el que guarda más de un centenar de composiciones coescritas con el poeta Kurt Lipschutz, es un disco melancólico, reposado, casi acústico, maduro, denso y extraordinario, un disco que, si quieres (y ojalá quieras), no se te acabará nunca y podría quedarse a la vista en la estantería de casa o en la lista corta del reproductor tanto tiempo como lo necesites.
Hemos dicho que es un disco calmado y sin aspavientos (‘Nixonland’ o la dylaniana ‘Waving Goodbye’), lo que no quita que en ocasiones pueda ser dinámico y juguetón sin dejar de ser lírico (‘Best Shirt On’) o dejar salir la vena más rockera en la estupenda ‘Marathon’ para volver con dos baladas clásicas de esas de quitarse el sombrero: ‘High As Johnny Thunders’ y ‘Paying My Respect To The Train’.
Pero, con todo lo anterior, el gran valor de ‘The land that time forgot’ es mostrar -en el caso de su autor, una vez más- que uno de los pocos caminos que el rock and roll tiene todavía abiertos es de mostrar el mundo a través de los ojos de un héroe (un vaquero, un soldado, un guerrero del día a día) cansado pero no derrotado, recluta voluntario a la primera llamada, siempre sincero, honesto, fiel a sus cuatro principios básicos y jamás dispuesto a jugarse su integridad, porque él es su propia medida y su propio juez.