Bloodshot Bill, the human tornado, el huracán de un solo hombre, cruce entre Jimmie Rodgers y Popeye… como Roy Orbison con una herida en la cabeza, ha cambiado de disquera, ha lanzado su séptimo largo y escucharlo es seguramente lo mejor que puedes hacer ahora (en cuanto acabes de leer esto).

Nacido en Montreal y en activo desde finales de los 90, no ha parado de tocar, grabar y lanzar discos en más de 20 años y hasta ha tenido tiempo de salir en el cine, no obstante -y subrayando lo mismo que señalaba orgulloso de la trayectoria de Los Chicos su guitarrista Gerardo Urchaga– en todos estos años no ha evolucionado en absoluto ni, por supuesto, le hace maldita la falta dedicándose a esto tan reconocible y tan adictivo que hace y, sin embargo, tan difícil de etiquetar: ¿rockabilly garage punk?

Se puede decir que Blooshot Bill, a pesar de tener solo la voz, la guitarra y el bombo (en esencia, aunque en este disco incorpora algunos otros instrumentos y nuevas voces), construye con ellos una picadora de carne por la que pasan Elvis, Roy Orbison, Luther Perkins o Link Wray, pero con ella obra el milagro de una deconstrucción esencialista (podríamos decir que a lo Tom Waits sin pedantería) con un punto entre paródico y salvaje (y hasta circense) que hace que cada tema sea algo mucho más grande que una canción: casi un número de una función extravagante y fantástica.

por El Poleo