En la mitología indie lo raro (en su tercera y quinta acepciones), de entrada, suma puntos a mansalva, y, si la rareza se cifra en un grupo que sólo grabó un puñado de singles, apenas conocido en sus años en activo, disuelto prontamente, incomprendido entonces y venerado ahora, eslabón perdido entre bandas como The Jesus & Mary Chain o The Wedding Present y el tsunami de la primera década del siglo XXI, en el que hemos estado saliendo a hype por semana, tendremos que enfrentarnos entonces, no ya a un icono, sino a todo un paso de la Semana Santa del shoegaze. Las efigies de este paso que toca hoy serían los miembros de Black Tambourine, una banda del Washington D.C. que entre finales de los 80 y principios de los 90 consagraron su vida a convertise sin saberlo en una referencia seminal del anómalo, insospechado, dispar, heteróclito, inusual y, sin embargo, abundantísimo indie.
El disco, en realidad una reedición con algunos bonus del que ya se publicó en 1999, va camino de convertise en ‘disco del año’, al menos en las cofradías más reputadas de la crítica, ésas tan dispuestas a sacar hoy a un grupo de procesión, como a olvidarse mañana de que lo han hecho.