Vamos a ser malos (pero al final buenos, ya veréis). A Patrick Stickles, el único miembro original de Titus Andronicus que sigue en la banda y, por lo tanto, su dueño (tampoco hay que echarse las manos a la cabeza: Jimmy Page lo fue de Led Zeppelin todo el rato y por escrito), probablemente no haya nadie que lo aguante y, por lo tanto, nadie que le discuta los bandazos que va dando con su empresa después de vaciarse (que sí) creativamente en esa majestuosa desmesura que fue ‘The Most Lamentable Tragedy‘.
Por otra parte, los ingresos del disco del año pasado, ‘A Productive Cough‘ han sido entre escasos y ridículos (ha confesado que no vendieron más de 4000 copias físicas, mardita intenné), así que lo que le queda, si quiere seguir en el negocio (que querrá, se supone), es vivir de tocar y, como para tocar y tocar y tocar, hay que echarle carne nueva de vez en cuando a la set-list, pues necesita ir sacando también de vez en cuando un repositorio del que tirar para ir cebando la gula insaciable de las giras sucesivas.
Y eso es ‘An Obelisk’, 10 canciones nuevas con que reponer las roídas por la reincidencia y la carretera y así poder seguir en esto hasta que el cuerpo aguante o se produzca una nueva epifanía creativa con su consiguiente explosión sónica (que no).
¿Y cuál es el contenido del disco? Pues un poquito de todo para ir parcheando el repertorio por donde fuere haciendo aguas. Así tenemos algunas muestras del producto habitual (Patrick, ponme lo de siempre), como ‘Just Ringing a Bell’, blues-rock de moteros sudaos en ‘My Body And Me’, toques british con ‘Troubleman Unlimited’, himnos springsteenianos para el estadio (‘Tumult Around The World’) o rock furioso especialmente indicado contra las bajonas del respetable en los directos (‘Beneath The Boot’). Es decir, un conjunto de canciones tan resultón como ubicable en cualquier actuación y, además, perfectamente válido por sí solo para hacer un bolo de notable (pero sin venirnos demasiado arriba).
Y eso último es la gran virtud de este ‘An Obelisk’: que demuestra que la capacidad compositiva de Stickles sigue en forma (aunque tampoco para mandarlo a las olimpiadas), que lo suyo lo sabe hacer perfectamente y que, sin dejar de ser efectivamente un disco repositorio, es un producto más que aceptable, de una calidad media-alta y que servirá para echarle gasolina a la furgo de Titus durante un par de temporadas. Y, eso, en año y pico volvemos a hablar.