Ahora que vienen al Primavera muchos van a descubrir a Spoon y eso es una cosa muy buena, porque lo primero de lo que se van a enterar es que no son unos veinteañeros apañados en un club y lanzados con avaricia a la carretera por un tío listo, sino unos músicos superlativos que llevan en esto casi dos décadas; segundo porque puede que a los descubridores les dé por investigar en su discografía y se encuentren con los excelentes Ga Ga Ga Ga Ga (2007) o Kill The Moonlight (2002) y, sobre todo, con Girls Can Tell (2001), un disco tan bueno que no mereció la década tan mediocre que lo vio nacer (bueno, y el pelotazo que dieron The Strokes ese mismo 2001); y tercero, porque al escuchar todos estos discos van a saber cuál es el verdadero significado de determinados términos que, muchas veces sin fundamento, se aplican a grupos de rock que pasan el último corte, el de la excelencia: coherencia, simplicidad, personalidad, limpieza y genio.
Ahora han publicado Transference (2010), un disco sin duda menor en su trayectoria, con cierta tendencia al lo-fi, al modo-demo: poco ambicioso, humilde e irregular, con pistas mayúsculas (Written In Reverse, I Saw The Light) junto a otras que saben a poco para lo que esperamos de la banda (Out Go The Lights, Trouble Comes Running), pero que en ningún caso decepcionan o frustran a oyente, porque siguen siendo Spoon, es decir, puede que esas pistas de segunda no estén a la altura de t-o-d-a-s las de Girls Can Tell, pero, demonios, ninguna de esas canciones pueden considerarse relleno, estafa o traición a su trayectoria y a sus adictos. En ‘Transference’ Spoon han dado “lo que había” esta vez, sin disfraces, y esa honestidad es lo que los hace grandes. Ya vendrán, seguro, las vacas gordas.