Dicen pre-nostágicos aficionados a los coches que dentro de 25 años ya nadie podrá disfrutar del glorioso ronroneo de un buen motor de explosión bien ajustado. A mí creo que lo del motor me va a dar igual (y además nos quitamos los humos), pero me temo que dentro de esos mismos 25 años nadie va a saber (que no sé si es peor que no poder) disfrutar del ‘ronroneo’ de una banda como la que toca en este prodigioso disco, que, por cierto, es la misma que en el anterior: Joey DeFrancesco en el Hammond y la trompeta, Dan Wilson a la guitarra, Michael Ode en la batería, Troy Roberts al saxo tenor, Shana Morrison en los coros y el león de Belfast, mister Van Morrison, a las voces, el saxo alto y la armónica.
El procedimiento de elaboración de este autohomenaje y reivindicación de Morrison es similar al de todos los de esta serie ¡¿celestial?! que inauguró hace menos de año y medio con Roll With The Punches: una antología de temas clásicos (en este caso de vuelta al blues y al rhythm and blues) junto a media docena de composiciones nuevas del león que no desmerecen el material histórico y antes lo honran.
Tenemos así temas de Willie Dixon, John Lee Hooker, Solomon Burke o Sam Cooke que Morrison paladea como solo él puede y sabe sobre el majestuoso colchón sónico que le pone la banda de DeFrancesco, construyendo, canción a canción, un universo perfecto donde las leyes elementales las dictan las notas, escalas y acordes del blues y donde nosotros, que solo somos visitantes en esa dimensión, nos sentimos casi nativos, aunque solo sea por un rato y por los arrumacos que nos lanza esa música milagrosa.