El resultado es el mismo que el de la heroica tarea de James Hunter: un montón de canciones que podrían pasar por éxitos perdidos (o enterrados) del soul. Y el efecto, idéntico: la teletransportación. Oyendo el disco de Hawthorne (que en realidad se llama Andrew Cohen, tiene 29 años y grabó este disco “de casualidad”), primero, se disfruta un montón, segundo, se lee la historia del género y, tercero y muy importante, no se tiene en ningún momento sensación alguna de plagio, aunque sí de revival, evidentemente. Y esto es porque el palo, el soul, es tan grande y esponjoso, tan amigable, inmenso e intenso, que difícilmente puede estrechar las intenciones de quien lo aborda (y lo borda en este caso) con cariño, respeto y sabiduría.