A lo mejor (o a lo peor) no es más que nuestro problema (francamente, es bastante dudoso que a Turner y Kane les importe demasiado todo esto), pero la sensación que deja la escucha -repetida, reposada- de la segunda entrega de The Last Shadow Puppets es que, para esto, no hacía falta haber esperado 8 años.
Y lo más curioso, a pesar de haber transcurrido casi una década, es que todos los ingredientes del primer disco siguen ahí: los dos cantantes, intérpretes y compositores, el incomparable arreglista Owen Pallet, el muy efectivo productor James Ford, el concepto vintage sesentero, el poquito de chulería (bueno, un poquito más allá del poquito), el poquito de fatalidad romántica…
¿Qué es lo que falta? ¿El tema rompedor, memorable, enfático, lujurioso, mágico… que cabría que estuviera en el disco y que contradice las expectativas que sugiere el título? Puede ser. ¿Haberse atrevido la pareja con más? ¿Más baile o más tremendismo?
Probablemente, más de cualquier cosa que evitara la impresión cercana a la certeza de que -sin reparar en gastos de todo tipo, por supuesto- estos dos ex-chavales no han hecho otra cosa que cubrir el expediente del regreso y no se han atrevido a darle a este -a priori- tan prometedor proyecto (alternativo a sus carreras individuales, por cierto) un enfoque más valiente, generoso, vanguardista, juguetón, divertido, o sea, plenamente satisfactorio para todas las partes. Una pena.