Llevo dándole vueltas (bueno, da vueltas él solo) al nuevo disco de Paul Weller ya más de una semana. Creo que me lo sé enterito; y lo normal sería que, a estas alturas, tuviese plenamente formada una opinión acerca de él y, sin embargo, no es así. Como necesito quitármelo ya de encima, porque, si no, me quedo ‘en bucle’ y la mejor forma que conozco de liberarme es comentarlo, pues me pongo a ello, con pocas ganas y menos ciencia.
La causa más plausible de mi bloqueo es que, viniendo Weller de una obra tan excepcional como 22 Dreams, lo que yo andaba buscando es este Wake Up The Nation era ‘otra obra’, y lo que me he encontrado es tan sólo un puñado de (muy buenas) canciones a las que les falta un tono, un aroma o una esencia comunes. La falta de una columna vertebral sonora (que todo él suene ‘muy potente’ es otra cosa) hace que el paso de tema a tema sea, con frecuencia, demasiado tosco, casi abrupto, francamente desorientador; como si su autor quisiera demostrar (o demostrarse) a estas alturas que (todavía) puede con todo. Será la crisis de los 50 o que la presencia en el estudio de su ex-amigo Bruce Foxton, bajista de The Jam, con quien no pegaba la hebra desde hacía casi 30 años, han dejado a Paul un poco ennortado, o que las implicaciones políticas con que ha querido perfumar el álbum lo han abocado a la confusión, el caso es que Wake Up The Nation atiende a demasiados palos, contiene demasiada información, y, pretendiendo, tal vez, atizar a diestro y siniestro, ha acabado dando golpes sin ton no son.