El acontecimiento musical del año en España -al menos en los palos que nos ocupan- probablemente ya ha sucedido y es la publicación de estos ‘trastornos’ por un tan resuelto como sincero y desatado -en letra, música y portada– Julio de la Rosa, a quien alimenta el mejor combustible creativo jamás descubierto: el desengaño amoroso.
El disco es bueno por franco y por ambicioso, por desinhibido, rencoroso e hiriente (que no misógino), por ser musicalmente complejo, adulto e inteligente, y, sobre todo, por ser libre. Libre de decir aquello que, en esos fregados, uno sabe que necesita decir para aliviarse y de hacerlo usando todos los medios -musicales en este caso- propios o importados hallados en un proceso de búsqueda y elección genialmente desenfrenados.