Cinco años ha tardado Broken Social Scene en reunirse y darnos otro disco. El número de integrantes del proyecto a los que hay que poner a trabajar (como unos 30) y el hecho de que algunos por su cuenta tengan en marcha carreras estables son probablemente las razones del retraso. La buena noticia es que tenemos otro buen disco, más energético, profesional, trabajado y denso que, por ejemplo, el anterior, y también más ampuloso y –para mí- distante. Esa distancia te priva de ciertas emociones inocentes (sí, puede haber inocencia en su barroquismo) y las más de las veces coloca una barrera formal entre músicos y oyente: no se puede mirar a los ojos a quien se está mirando el ombligo. Eso se nota, claro, en los temas más guitarreros, donde hay mucha mucha guitarra (hasta el punto de que parece que no van a parar nunca) y quizá casi se diluye en las partes más calmadas del disco, como por ejemplo en ese pedazo de balada que parece crecer en espiral llamada Sweetest Kill.
Objeciones aparte, este nuevo ejemplo de inteligencia musical hay que colocarlo bien alto entre lo que este 2010 nos lleva dado.