No busquéis más, la siguiente ‘gran cosa nueva’ ya está aquí, tiene 17 años (aunque ya con 14 publicó un single), es de Los Ángeles, se llama Billie Eilish, y es una artista que podría ficharse entre la primera Lorde y la continua Lana del Rey o cerca de Lykke Li o Grimes, pero que se resbala de casi todas las casillas donde pudiera incluírsela, porque lo que trae, sin ser la bomba gorda, es sugerente, un punto descarado y pica enseguida la curiosidad, pero sobre todo está muy trabajado a todos los niveles, desde la producción a las letras, de las composiciones (con un buen muestrario de modos y de influencias) a la instrumentación, desde la estética borde-siniestra al enormísimo atrevimiento de presentarse con un álbum conceptual a estas alturas del partido y con la intención de colocárselo a su público objetivo: los adolescentes.
O algo se nos ha escapado y no nos estamos extinguiendo o aquí debería haber truco. Claro que, si tenemos en cuenta que la chica (y su hermano mayor con los cacharritos y la producción), a pesar de su insultante juventud, tiene detrás una trayectoria y, a lo que parece, un proyecto, cabría pensar que aquí hay posibilidad de una carrera decente. Porque ‘We All Fall Asleep, Where Do We Go?’, hecho -recordemos- por dos pipiolos, es un producto maduro, inteligente y en absoluto concebido y diseñado para ser pasto del mainstream. Tiene bajones, temas prescindibles, otros alargados innecesariamente y quizá demasiado ensimismamiento, demasiado esteticismo vacío, pero los que tenemos la suerte de conocer de higos a brevas a algún adolescente genial, sabemos que, además de sentirse semidioses, son inaguantables. Aunque de esto último en este disco hay poca cosa.