Hija de unos judíos etíopes rescatados en 1984 del Sudán en la `Operación Moisés’, nacida en Tel Aviv un año más tarde, criada en Cisjordania durante la primera intifada, entre alambradas y soldados, marginada por su color de piel por la mayoría de los niños del asentamiento de Kiryat Arba, la infancia de Ester Rada no fue precisamente idílica. Quizá por eso decidió cambiar el guión: a los seis años mudó en su boca el etíope por el hebreo, estudió luego secundaria en inglés y, como la mayor parte de los jóvenes israelíes, se hizo soldado. Su voz prodigiosa le proporcionó esta vez otra discriminación, ahora positiva, y, en lugar de pasarse el servicio militar cambiando impresiones con los palestinos, estuvo de gira mundial con el coro del ejército de Israel.
Al acabar la vida militar fue actriz, performer y bailarina, pero donde verdaderamente ha conseguido poner el huevo ha sido como compositora y, claro, cantante. En 2013 publicó un EP (Life Happens) que tuvo una cierta repercusión, le permitió hacer una gira por Europa y Canadá y coger aliento para publicar uno de los mejores discos que ha visto este 2014, mezcla de blues, swing, jazz y soul, con un ojo puesto en las voces negras clásicas de Nina Simone o Ella Fitzgerald y el otro en la música étnica de África y América.
Ester Rada no tiene una canción mala, tiene tantos recursos que no deja de moverse corte a corte y desvela y encumbra a una personalidad musical francamente enorme.
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