La señorita Spalding no quiere ser la nueva Alicia Keys (aunque bastaría con notar que la primera toca un bajo de cinco cuerdas) y su otro yo, esa Emily del título, que resulta que es su segundo nombre y dice ella que es su ‘navegante interior’, una noche de luna llena le mostró el camino.
La señorita Spalding se alejó de los focos, de los flashes y hasta de los Obama, se puso a componer -pues este es el primer disco suyo casi completamente original-, se buscó un buen puñado de músicos y se encerró con ellos en un local de ensayo -dar cera, pulir cera- a montar los 12 temas que tiene el disco.
Después, la señorita Spalding y su banda se fueron de gira con las canciones inéditas y las tocaron y las tocaron -dar cera, pulir cera- frente al público de salas y clubs durante el tiempo que estimaron suficiente. Solo entonces (siguiendo el plan de Karriem Riggins, percusionista y productor) se decidieron por fin a grabarlas y lo hicieron en directo y con público.
Si la señorita Spalding no tenía un plan, que venga la Virgen de Regla y lo vea.
El resultado de la revelación de Emily y de todo este camino es un disco extraordinario, muy ambicioso y, quizá por ello, un tanto deslavazado, que mezcla con soltura -y hasta desparpajo- pop, rock, jazz, soul y hasta folk, pero que lo hace, a veces, con cierta timidez, pues hay cortes extraordinariamente valientes en cuanto a composición, concepción y ejecución, junto a otros más convencionales que, precisamente por serlo y a pesar de su calidad, lastran el conjunto que se queda sin llegar a Obra, pero luce divinamente como Magnífico Experimento.