Pocas certezas tendrá Damien Jurado tan sólidas como que el día en que decidió ponerse en manos de Richard Swift lo vino Dios a ver. Dios y la Virgen y todos los arcángeles de lo acústico y/o de eso que se se llama ahora paleta sonora. Porque esta segunda parte de Maraqopa y tercera entrega de una trilogía (con Swift) a estas alturas ya épico-celestial no hace más que confirmar lo que puede alcanzar una voluntad de ascenso y progreso musical, si se pone en las manos adecuadas.
Ah, y por cierto, con el valor añadido de que Jurado ha conseguido ser el único cantautor al que da lo mismo no entenderle los textos.