Si visteis la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Río, sin duda os llamaría la atención la figura (la de arriba) de esa mujer de edad indefinible, aunque visiblemente avanzada, que cantaba sentada en Maracaná, ante miles de millones de espectadores.
Elza Soares, de 79 inconfesables años, es un monumento vivo de Brasil, de Río, de sus favelas, de la samba, de toda la música de toda América, de la gloria, de la miseria y de toda la (puta) vida misma.
Hija de un obrero (y músico) y de una costurera, nació y se crió en la más absoluta indigencia. A los 12 años la casaron con su violador, fue madre a los 13 y viuda a los 21. Ha tenido siete hijos, de los cuales dio a una en adopción y perdió a cuatro: dos murieron de hambre siendo bebés, uno -hijo de Garrincha, el amor de su vida- en un accidente de coche y el último, ya adulto, de infección renal.
Es muy conocida la anécdota de cuando se presentó (se dice que para conseguir dinero para un hijo enfermo) a un concurso de talentos en la radio vestida con cuatro trapos que había cogido del taller de su madre. El presentador -precisamente Ary Barroso-, al verla, le preguntó que de qué planeta venía. Elsa, imperturbable, contestó: do planeta fome (‘del planeta hambre’).
Pues bien, esta mujer monumental, en lugar de haberse quedado en casa disfrutando de la gloria bien ganada y de una tranquilidad que le tiene que parecer precisamente de otro planeta, casi con 80 años, ha optado -como casi siempre- por lo más difícil y ha sacado uno de los discos más perturbadores y extraordinarios de este año.
Eu vou cantar até o fim
Eu sou mulher do fim do mundo
Eu vou cantar, me deixem cantar até o fim
Soares nunca ha sido una artista convencional ni una sambista al uso (lo suyo era o samba sujo, ‘la samba sucia’) y no se la cita tampoco entre las grandes voces femeninas de la bossa nova, como Astrud Gilberto, Maria Bethania o Gal Costa, porque ella, por sus aficiones, su curiosidad, sus influencias, su procedencia y -evidentemente- por la tesitura y el timbre de su voz, siempre ha jugado a otro deporte. Y en ese deporte siempre han estado presentes África, por un lado, Nueva Orleans, por el otro, y, siempre, el incasable coraje de una mujer que ‘canta para no enloquecer’. Pero, aun así, lo de este ‘A mulher do fim do mundo’ es un salto enorme.
Acompañada por músicos de la escena más vanguardista de São Paulo, que la colocan delante de un áspero y rugoso fondo de jazz, noise-rock y percusiones africanas, sin una mísera melodía, apenas con acordes, Elza Soares va cantando ásperamente, de tema en tema, su vida y la vida de tantas mujeres violentadas, maltratadas, malqueridas, traicionadas y despreciadas, mujeres, que, como ella misma, tan armadas de vida sufrida y de rencor, están dejando de sentirse víctimas para comenzar a ser peligro de maleantes.