Capítulo I

Domingo. Una tarde de noviembre de 2012. Graciela López me invitó a participar en una sesión de improvisación en la taberna Alabanda, en el barrio de Lavapiés, Madrid. Ella es vocalista y yo no la conocía personalmente, sólo por los buenos comentarios que me habían hecho de ella cuando estuvo Arín Dodó en San Vicente de Alcántara, en la iglesia de Santa Ana, el pasado 15 de septiembre
[youtube http://www.youtube.com/watch?v=dmJQ1lXdltE]
Vi y oí en un vídeo una improvisación libre  de Graciela y me gustó tanto que me animé a contactar con ella por correo y así surgió la idea de que me apuntara esa tarde a la jam. Llegué un poco nervioso porque no tenía ni idea de con qué me iba a encontrar. Llevé para la ocasión una trompa y un pequeño amplificador de guitarra de 1 watio, al que le suelo enchufar un micrófono dinámico de bola (de los de armónica) para hacer ruidos y efectos con la voz. Por supuesto, llamé para que me acompañara, y así no tener tanta incertidumbre, a mi compinche y compañero arindododiano Ruvenigue, que está curtido en batallas de este tipo y que ha improvisado con Juan Crek (de Macromasa) y con Victor Sequí (del trío Antimanierista) y que lleva conmigo en los proyectos de Arín Dodó casi dos años tocando el didgeridoo, el clarinete y la percusión. ¡Qué alegría cuando entré en Alabanda y me encontré a Juan Carlos Castillo!… yo lo conocía desde que tocábamos hace unos doce años en una banda de blues, él como batería y yo como vocalista y armónica. Ahora Juan Carlos se dedica a la guitarra experimental. Me relajé al ver que ya conocíamos a alguien y me estuvo contando de qué iba todo aquello. Está metido desde hace tiempo en una asociación llamada Musicalibre, que organiza en Madrid, en La Casa Encendida, el Festival Hurta Cordel, de libre improvisación musical. De éste género trata el libro de Wade Matthews “Improvisando”, interesante texto donde se habla de la libre improvisación musical, algo que llevo haciendo ya unos años y que hasta este momento no sabía ni cómo ni donde encasillarlo. Para mi fue una sorpresa ver que hay bastante gente dedicada a esta manera de hacer música, que no tiene ningún patrón establecido, ningún modelo discursivo, como lo llaman en ese libro. Cada vez que te subes a un escenario es una aventura porque conoces a los músicos en el instante. Esa noche estuvimos diez, con una instrumentación variada: varios ordenadores y minisintetizadores, contrabajo, guitarras preparadas, clarinetes bajos, una flauta travesera, didgeridoo, trompa, voz y un saxello, un instrumento de 1926 que yo no había visto ni oído nunca, hasta que me lo mostró Javier Paxariño, uno de los miembros de la asociación… ah!, otro de ellos, miembro del colectivo maDam, utilizaba ¡un ladrillo! conectado a varios efectos y a un ordenador. El objetivo de la efímera banda se cumplió de sobra desde mi punto de vista. Estuvimos bastante atentos unos a otros, escuchando y guardando silencios  en los momentos oportunos y formando bolas sonoras en otros, cuando hacía falta. Se creó un ambiente sin modelos prefijados, sin armonías y sin melodías… un ambiente en el que cada uno estaba compartiendo, aprendiendo y disfrutando, ¿qué más se puede pedir?. Es una manera de hacer música que merece la pena difundir e interesarse por ella. Aunque tiene sus riesgos, porque hay que explorar en cada momento sin saber si las cosas van a funcionar o no. Como dice Lê Quan Ninh: “No quiero hacer música improvisada, quiero improvisar”. Pues venga… ¡a arriesgarse!
o
Atentamente, J.G. Entonado & Arín Dodó (www.arintonadodo.com)

por El Poleo