Esta vez las elucubraciones van de sensaciones al practicar la improvisación libre. Me gustaría explicar lo que se siente cuando te enfrentas a una práctica de este tipo. En palabras de Javier Paxariño: “la improvisación libre es un concepto muy avanzado pero que hunde sus raíces en algo que está en nuestro subconsciente y que es, a la vez, muy atávico. Para mí, la improvisación es el sonido más humano de todos los que puedas producir, porque juegas con tu conocimiento y cultura pero también con tus “pulsiones” que te relacionan, de manera involuntaria, con el yo más primario”.
Y ahora van las mías: el pasado 2 de febrero estuve en Cáceres, en el Teatro Maltravieso Capitol; donde organizamos un encuentro de improvisación libre. Participamos el primer grupo de improvisación libre formado en Extremadura, que yo sepa: POOL 369°, la orquesta de improvisación libre Improviso, desde Asturias, y unos cuantos voluntarios relacionados con el colectivo Raras Músicas de Madrid. Nosotros tocamos los últimos y mientras estaba viendo lo que hacían los demás mi cuerpo se revolvía, me puse nervioso e impaciente. Estaba pensando que después de esas dos actuaciones no me podía atener al plan que tenía prefijado porque resultaría repetitivo. Cuando llegó el momento de subirme al escenario llevaba puesta mi boina, guantes y una cazadora, porque estaba helado, con las manos sudorosas y la garganta reseca. De pronto, pedí a Chema Pastor (batería), Epy Figueroa (bajo) y Pedro Menchaca (guitarra) que comenzaran una pieza enérgica. De pronto la adrenalina comenzó a subir y eso se traducía en que yo utilizaba el cable del micro como el látigo de Indiana Jones. Al instante me deshice de los guantes y la boina, y la chaqueta voló por los aires como si fuera un ventilador. Arín Dodó ya estaba a punto de salir a borbotones, porque yo estaba como ciego y sordo (las reglas más elementales de la improvisación -la escucha y la alternancia e intervención democrática de todos los implicados- me las salté completamente, debido al subidón que estaba notando.
Empecé a dar órdenes de forma vehemente y hasta agresiva (dando voces, sin apenas señales y con empujones a los implicados), pidiendo a las chicas que corrieran por el patio de butaca y yo detrás de ellas (me sorprendí a mí mismo saltando a gran velocidad por encima de unas escaleras, como si tuviera bastantes años menos de los que tengo). Mientras, la orquesta tocaba a un ritmo frenético y el payaso Palma hacía juegos malabares con su clarinete. En esos momentos yo aullaba por el micro, daba saltos y patadas al suelo y me convulsionaba con movimientos espasmódicos. También hubo momentos de reláx, con la flauta de César Delgado haciendo un dúo con alguna voz femenina, o cuando corté la música del grupo y dejé intervenir al público colaborando con sus voces e imitando distintas emociones: rabia, dolor, alegría o tristeza. Volvió de nuevo el caos con las carreras por el patio de butacas de unos cuantos de nosotros hasta que nos reunimos todos en el escenario (no sé cuántos seríamos, pero el escenario estaba lleno) saltando y yo gritando. Acabé la pieza dando un gran salto e imponiendo silencio total a la vez que me arrodillaba. Fueron 23 minutos arrolladores de caos sobre el escenario y mucho punk y minimalismo en la improvisación libre. Sé que me salté muchas reglas y no tuve mucha escucha en esos momentos. La emoción me cegó y ensordeció. Al día siguiente, arrepentido, me di cuenta de que podía haber pedido a Ricardo Rodero (saxo) que dirigiera a continuación otra pieza, pero ni se me ocurrió en el momento. Lo mejor y lo peor de Arín Dodó había salido en esos 23 minutos, para mí, mágicos. Seguro que César Delgado no tuvo la misma impresión; pero así son las cosas en la improvisación libre. Impredecibles, instantáneas e irrepetibles.
Fue una pena no poderlo grabar, pero el recuerdo imborrable de esa noche en el Teatro Maltravieso Capitol, en Cáceres, me acompañará siempre. Tuve en esos momentos un montón de emociones mezcladas: alegría, subidones de autoestima y arrepentimientos. Todo, en un tiempo récord, creando una pieza efímera, contradictoria, un tanto polémica y volátil. Como la vida misma, así es la improvisación libre.
Y para terminar, una tercera entrega “atávica” de lo que grabé el verano pasado junto a José María Pastor y Mariana Piñeiro:
Atentamente, J.G. Entonado & Arín Dodó