Es muy posible, a estas alturas, que Annie Clark -con mucho merecimiento, pero no con todo el merecimiento- pueda dejarse caer tranquilamente sobre el trono de La Artista Musical del Momento (ese que ocupó hasta hace bien poco P. J. Harvey). Clark es una cantante notable y una compositora eficaz, que sabe rodearse y colaborar con los mejores (o los más resultones, en su defecto) y produce con cierto ritmo (cuatro discos en siete años) obras de las que todo el mundo habla y casi siempre bien. O sea, que, como su mentor Byrne, ha logrado ser a un tiempo artista y artefacto (cuidado, que de malo tiene bien poco: Bowie lo fue durante décadas) en un tiempo en el que, por intenciones mucho más humildes, media humanidad estaría dispuesta a cortarte la cabeza.
Con todo lo dicho, este ‘St. Vincent’ es el peldaño necesario en el ascenso de Clark a su reinado. Un disco áspero y feísta, pero enormemente atractivo, donde se nota a su autora cada vez más segura de sí misma y más asentada en sus deseos, pero sin dejar de halagar al respetable.