El hombre que se puso nombre de colegio y que sigue empeñado en no desvelar su ‘identidad secreta’ (cada vez menos secreta) ha facturado ya el disco de electrónica del año. Primero ¡porque lo dice Pitchfork!, que le ha dado un ocho y pico (aunque no es sorpresa: ya trataron muy bien otras cosas suyas), segundo porque va a ser rarísimo que algunos medios vuelvan a hacerle en bastante tiempo un hueco así a un electro-músico y tercero, al fin, porque fIN está muy bien.
Menos bailable que los EPs, más orgánico, casi siempre lírico, a veces épico y muy poco dramático, el disco discurre plácidamente y construye con minuciosa artesanía paisajes luminosos, aéreos, risueños, delicados pero sólidos, en los que el oyente navega o se deja llevar con afabilidad, curiosidad y agradecimiento.