Con media entrada en el Gran Teatro recibió Cáceres a los Freedonia. Quizá programar una actuación así en medio de un puente no fue la mejor idea, pero tampoco estamos seguros de en qué circunstancias habría logrado la banda madrileña un lleno en un recinto como ese y en esta amada tierra nuestra; y no, evidentemente, por falta de méritos del combo, sino por el escaso entusiasmo que solemos desplegar los extremeños por estas propuestas (bueno, y por algunas otras, pero no toca hoy sacar el listado).
Eso sí, dentro del Gran Teatro hubo bastante alegría y mucha complicidad, sobre todo entre el sector más local del público, rendido ante la presencia , sobre las tablas y al bajo, de su paisano Fran Panadero. Aunque es justo decir que, sin necesidad de vínculos extramusicales, también se pudo advertir a un público satisfecho y, por momentos, entregado.
La curiosidad mayor estaba en si Deborah Ayo, la sustituta o reemplazo de Maika Sitte y tercera cantante de Freedonia desde 2012, iba a estar a la altura de sus predecesoras y qué tal defendería temas fuera del último disco, ‘Conciencia’, donde sí ha puesto la voz, y nuestra humilde conclusión es que musical y técnicamente ha sido un recambio perfectamente ejecutado: Deborah defiende más que con solvencia los temas ‘propios’ (de hecho, con bastante más brío y calidez que en un disco un tanto plano, que todo hay que decirlo) y lleva los ‘ajenos’ (‘Heaven Bells’, ‘Running To Nowhere’, ‘I Don’t Need You’) a una altura y cercanía que en nada tienen que envidiar desempeños de otras gargantas.
En cuanto a la presencia en el escenario sí que son apreciables algunos cambios (que no defectos). Deborah es una cantante fenomenal que, sin sombra de divismo, no deja de ser una chica normal y muy cercana (y algo tímida) en toda su actuación y, aunque el soul parece que exige presencias rutilantes, especialmente si son femeninas, la opción por la normalidad y la familiaridad (la banda arropa esta actitud en todo momento, siendo también todos ellos muy naturales en sus intervenciones y sus gestos) es una vía perfectamente valida, asumible por cualquier cualquier espectador no aquejado de mitomanía y, además, tan dulce como refrescante.