14 razones que podían ser 64 para ver La La Land antes de que la tengas que ver porque le han caído tropecientos Oscars.
Por poder comprobar empíricamente que no puedes dejar de mirar a Emma Stone ni un segundo de los que aparece en pantalla, ni aunque Ryan Gosling, desnudo, colgase de una rama a su lado.
Porque cuando acabas de ver la película constatas que se te ha quedado cara de bobo y te parece que el tiempo pasa más despacio.
Porque descubres que Los Ángeles puede ser una ciudad bonita, incluso íntima, amable y paseable, como en las películas de los años 50. Y hasta te dan ganas de ir y todo.
Porque te convences de que el que ha dicho que La La Land es ‘el Pokemon Go de los musicales’ tiene que tener una vida sexual triste y tenebrosa.
Porque sus referencias son puro respeto, cariño y devoción. Y no son posibles sin sentir fervor por el cine y por la historia del cine.
Por el jazz; aunque no es que se esté muriendo, sino que lo mataron hace mucho tiempo (y sabemos los nombres de los que lo hicieron).
Por la suavidad y naturalidad con la que entran los números musicales, siempre pertinentes, siempre mágicos.
Por una historia tan bien contada que tienes que pensar en lo que ha pasado delante de tus ojos para darte cuenta de la grandeza del guion.
Para confirmar a Damien Chazelle como un grandísimo autor cinematográfico.
Porque durante el epílogo hasta a Chuck Norris se le humedecieron los ojos.
Porque ese epílogo podría hacer que te perdonases tu pecado más siniestro.
Porque cuando llega el ‘otoño’ echas más de menos tú el ‘verano’ que Mia y Sebastian.
Porque hay triste gente triste que te dirá eso de ‘pues no es para tanto’ y no conseguirán disminuir el calorcito que La La Land te ha dejado dentro y los mirarás con cariño y conmiseración.