Si eres La Diva de las divas, aparte de una de las mujeres más deseadas del mundo, y el macarra de tu marido te pone los cuernos y se cosca el planeta entero, o te metes en la Fosa de las Marianas década y media o haces de tripas corazón y montas un poyo del tamaño de Texas, que para eso eres de allí.
Beyoncé Giselle Knowles-Carter optó por el poyo (<podium) y se ha sacado (obviamente) de las tripas el mejor disco de su carrera y seguro que uno de los mejores de este año. Las claves de este golpe (de bate) en la mesa son las siguientes:
1.- Se trata de un disco conceptual entorno a la infidelidad y de ahí a la autoestima y de ahí al papel de la mujer afroamericana y de ahí a la reconstrución personal (y, de paso, a darle una segunda oportunidad a Jay)
2.- Beyoncé abandona (esperemos que no momentáneamente) los sonidos con los que más fácilmente se la identificaba (EDM, bases hip hop, contemporary r’n’b…) y endurece -y dignifica- su paleta sónica con blues, rock, góspel, funk y country.
3.- Deja a Jay en casa y se rodea de gente muy buena, muy inquieta y muy diversa: Jack White, James Blake, Kendrick Lamar o The Weeknd en las canciones, y Dean, Just Blaze o los propios Blake y White en la producción.
Resultando, señoría, que la primera impresión que deja el disco es que hay cuatro o cinco o seis canciones (‘Don’t Hurt Yourself’, ‘6 Inch’, ‘Sandcastles’, ‘Forward’, ‘Freedom’…) entre buenas y excepcionales; y la segunda es que, si bien se dice que Beyoncé, musicalmente, ha hecho siempre lo que le ha dado la gana, esta manera de ahora de hacer lo que le da la gana nos parece ente estupenda y gloriosa, porque muestra actitud, garra y talento y anuncia (ojalá) un fecundo periodo de madurez, al que, si consigue arrastrar a su público ‘natural’, habrá que darle además la vitola de ‘pedagógico’.
La segunda parte de la fiesta es ‘The Visual Album’ que es bastante más que doce videoclips encadenados y hay que disfrutar como un extraordinario ejercicio de virtuosismo visual.