Habrá quien diga que Robert Ellis ha hecho con este ‘Texas Piano Man’ una visita a los clásicos (entendiendo por tales y muy bien entendidos a Elton John, Randy Newman, Leon Russell y hasta a Joni Mitchell, James Taylor o Carole King), lo cual le estaría muy bien a cualquier compositor que desee dejar algo (siquiera un poquito) trascendente, o sea obras redondas, atemporales y, en el buen sentido, tópicas; algo que por cierto ya no está al alcance de muchos.
Pero lo que ha hecho Ellis no es una visita, sino una estación más (o sea, normal y esperable, aunque no por ello menos gratificante y grandiosa) en una trayectoria que marcan con este los tres discos que ha publicado en esta década. Del anterior ya dijimos que era una obra magnífica camino de la madurez, de este solo cabe decir que esa madurez ha llegado, que Ellis está en la plenitud como artista y que, probablemente consciente, ha querido poner ese huevo cardinal, crucial y capital antes de que se le pase el arroz.
Y la prueba de que está en su mejor momento (y que le dure) es la simplicidad de la mayoría de los temas, en los que ha prescindido de las alegrías de los arreglos que le hizo Owen Pallett para el anterior y se ha remitido a lo esencial. ‘Aren’t We Supposed To Be In love’, ‘Father’, o ‘Fucking Crazy’ y otra media docena de temazos son canciones perfectas, redondas, clásicas y exactamente impecables porque no se dejan nada y a las que no les sobra nada. Todo está en su sitio, como en un poema de Jorge Guillén.
Y Ellis, que lo sabe y sabe disfrutar el momento, no se priva de tomar cierta distancia irónica de sí mismo (‘Passive Agressive’) y de la audiencia, a la que le regala una broma llamada ‘Topo Chico’ para despedirse.