La historia de Robert Ellis podría ser la de cualquier músico tejano con aspiraciones a estrella de la country music que viaja de su pueblo a Dallas, brujulea por garitos, graba unos temas, acaba de residente en un honky-tonk, adapta sus ambiciones a lo que ha encontrado y se acomoda.
Pero Ellis está hecho de otra pasta y en 2014, ya en Nashville, publicó el magnífico, luminoso y elegante The Lights From The Chemical Plant con el que pretendía acercar los límites del género al pop y al rock.
Y este año, de la misma manera en que Sturgill Simpson con su magistral último disco ha empujado las fronteras del country hacia el soul, Ellis intenta y consigue navegar entre la orilla del folclore americano y la del pop sofisticado a la manera de Paul Simon, Joni Mitchell, James Taylor o Randy Newman para narrar e ilustrar con una excelsa melancolía la disolución de su matrimonio.
Los temas han sido grabados de nuevo en Nashville y autoproducidos de forma espléndida. Cabe reseñar la minuciosidad y la grandeza de unos arreglos que recuerdan (y mucho y para bien) la mano de Owen Pallett y la influencia jazzística que deja entrever la deslumbrante guitarra de Kelly Doyle, presente en casi todo el disco.