Conforme nos salían ayer las primeras palabras de la reseña del disco (magnífico) de Eric Church saltó un clic de advertencia en nuestra memoria: “hay otro, hay otro, (pero realmente) hay otra”. A principios de febrero salía el tercer disco de la sí joven pero ya no promesa de la música americana de raíces (o ‘americana’ a palo seco) Lydia Loveless, y era/es un disco de rock, otro pedazo de disco de rock que sale de las manos y la voz de un artista del circuito country.
Algo debe de estar pasando si los mejores discos de r’n’r se están dejando de grabar en Nueva York, Chicago o Los Ángeles y vuelven a hacerse en Nashville o su galaxia. Sea lo que sea, de momento, es muy bueno.