Josh Ritter es un ángel, sin duda, un santo. Porque, en estos ácidos días de exhibicionismo sentimental, que alguien en plena fase de auto-terapia post-divorcio, nos evite un disco lleno de amargura, rabia, sinsentido y autocompasión y nos regale algo tan luminoso, armónico, equilibrado y sereno es un puñetero milagro.