El cuarto disco de Bill Callaham en solitario aporta pocas novedades con respecto a los precedentes y eso es bueno, porque la exigencia de calidad, el buen gusto, la exquisita construcción de las canciones y la muy sólida personalidad del cantante siguen ahí y el reencuentro es un gustazo. Hay, sí, dos novedades reseñables (que al parecer hay que atribuir a su muy feliz enamoramiento de la joven documentalista que filmó su gira de Apocalypse, Hanly Banks): la primera, el tono positivo de las letras y la segunda, el carácter luminoso de los arreglos, un primor, oiga.